sábado, 11 de junio de 2011

Cejas planas

Mustio. Marchitado por el tiempo y apaleado por su propia incompetencia. Derrotado. Sin ni tan siquiera fuerzas para soportar el peso de la careta socialista, el disfraz del Robin Hood politizado. Y es que con tanta hostia se te han quedado las cejas planas. Ya no respetas ni a la madre que te parió. Lo has olvidado todo, hasta el motivo por el que un día amaneciste en los tenebrosos pasillos de la Moncloa.

Después de rascar sin éxito el suelo, cegar el progreso, confundir la orientación sexual, maltratar el diccionario, inducir el aborto entre menores a los que niegas el derecho a voto y de prohibir hasta el aire de la calle, has decidido, por tu cuenta y riesgo, apoyar la última contienda internacional antes incluso de solicitar autorización en el Congreso de los Diputados. Con dos cojones.

Amparado por la ONU envías a tú pueblo hacia una feroz “Odisea al Amanacer”, con seis aviones, una fragata y un submarino por logística, viento en popa a toda vela. Que le han faltado segundos a tu reloj biológico. Tú que eras tan pacifista y tan tolerante hace apenas siete años. Tú que rechazabas cualquier tipo de conflicto bélico y leías a Gandhi en tus ratos libres. Tú que todo lo tuviste, deambulas ahora perdido y sin memoria. Has vuelto a ser el niño insoportable del juguete roto y el pijama a rayas. 

El pasado día del padre honraste a tú “progenitor” político y fuiste hasta París para saldar antiguas deudas con la OTAN. A ellos no les puedes fallar, nunca lo has hecho. Allí siempre te han querido, incluso te concedieron el excesivo privilegio de un gobierno a modo de deseo, aunque sólo fuera para quitártelo después, trocito a trozo. Por temor al “Tomahawk”, esta vez no repetiste eso de que la tierra es del viento, sino que tendiste la mano a Sarkozy, te alisaste el traje y posaste para la foto con tu sonrisa imberbe y tu mirada pueril. Enhorabuena José Luis, ya estás dentro de la historia.

Sin embargo, lo que más me repudia de toda esta estafa cochambrosa y maloliente no son los bandazos de un líder atrapado en su propia trampa, no. Lo que hace que realmente me hierva la sangre es el mutismo, las voces silenciadas de todos aquellos cineastas, músicos y demás miembros de la farándula cultural que en su día tomaron las calles para protestar contra un ejecutivo que alentaba una guerra suicida.

Vivimos un pasado que ya no recordamos. Cuando en 2004 Madrid sufrió el mayor atentado de Europa, una banda de artistas forrados hasta los dientes, devotos del capitalismo que les da de comer y al que niegan hasta tres veces ante las cámaras, se vistió de luto. Los Bardem, Almodóvar, Víctor Manuel, Perea y compañía denunciaron públicamente las atrocidades que sufría el pueblo iraquí. Con o sin alevosía lucieron chapas negras con tintes rojos en las que se leía “no a la Guerra”. Agarraron la rosa con la mano izquierda y derrocaron al nuevo “dictador” del siglo XXI. Vendieron el alma al diablo y cobraron el canon de su popularidad. 


Pero en esta ocasión no están, han desaparecido del mapa. Llevo días esperando y no vienen. La guerra hace tiempo que comenzó, las bombas caen sobre Bengasi. ¿Por qué no protestáis está vez? ¿Qué os detiene? ¿Acaso vale más la vida de un niño iraquí que la de un inocente libio? Callados como putas y escondidos como ratas viendo pasar el tiempo. ¡Rediós, qué asco os tengo!

jueves, 2 de junio de 2011

Muerte en vida

Ha sido el suceso más conmovedor de los últimos tiempos. Dos años de búsqueda, de lamentos desgarradores y de portadas en los periódicos. Sí, de muchas portadas a color, de entrevistas en televisión, de concienciación social a fin de cuentas.
Todavía no sabemos si Marta del Castillo fue violada, asesinada, arrojada al río o cortada en pedazos; pero lo que sí sabemos es cómo suena el llanto quedo de sus padres, de la ira de sus incondicionales amigos, de lo bonito que es Sevilla en otoño y de las conexiones en directo a las cuatro de la tarde en un programa sensacionalista, donde nadie se salva y todos arden.  Sí, allí también estuvieron Antonio de Castillo y Eva Casanueva, padres de la víctima o víctimas del sistema.
A los 17 años, las malas compañías truncaron el porvenir de la joven sevillana. Su pareja sentimental, un maqui sevillano con moto pero sin casco, le arrebató sus sueños, le arrancó de cuajo el derecho a vivir y le abandonó a orillas del río Guadalquivir. Amistades peligrosas.   
A partir de ese momento la familia Castillo vivió una auténtica pesadilla. Un tormento que  paralizó su cuerpo y bloqueó las ansias de venganza. Sin pretenderlo fueron pasto de los medios de comunicación. Se convirtieron en el último éxito en ventas.
Día, tarde y noche. Durante el café del desayuno, en la sopa de la comida o con el queso de la cena; a cualquier hora y en cualquier lugar aparecían los padres de Marta angustiados, temblorosos ante una cámara que no conoce amigos y aterrorizados ante un desenlace que no se atrevían a asumir. Uno por uno, realizaron un carrusel televisivo, donde transmitían su decaído estado anímico, amparados por unos productores que aplaudían con las orejas cada vez que la familia sevillana visitaba sus guaridas. Querían que dieran pena, que sensibilizaran a toda la sociedad, sumida por aquel entonces en una auspiciante crisis. Y vaya si lo lograron.
Los padres acudían a las llamadas telefónicas de los programas. Derramaban lágrimas ante los espectadores, balbuceaban, en el mejor de los casos, lo buena y bonita que era su hija. Cualquier cosa con tal de recuperar lo que más querían. De clase humilde, Antonio y Eva fueron carne de cañón, vendieron su alma al diablo, apretaron la mano de Lucifer y murieron en vida. Su denuncia fue utilizada por los medios de comunicación para conmocionar al pueblo y agitar sus conciencias, para reconstruir la apología de un asesinato con el que enganchar a la audiencia. 

Lentamente la familia Castillo se sumergió en el fango de la desesperación. A medida que ganaban popularidad perdían la dignidad como personas. Los focos, los micrófonos, el público, todo quedaba demasiado grande para unas personas que sólo buscaban un manto en el que llorar su agonía y  que se  toparon de bruces con una corona de espinas junto a un teléfono de aludidos.
Años atrás, la televisión surgió con el fin de entretener, de divertir, de alegrar vidas y rescatar sonrisas. Era una especie de gran circo público, donde todo era mágico e ilusionante. Sin embargo, en los últimos tiempos se ha convertido en una especie de monitor escolar. Sus imágenes son doctrina social, sermones que distinguen el bien y el mal. Cada vez son más las cadenas que advierten y ofrecen consejos sobre lo bello que es vivir, embaucando a una sociedad entera para un fin concreto, movilizando a las masas. Si Mahoma no va a la televisión, la televisión irá a Mahoma, ése es su dogma.
Espero y deseo que los culpables de tan atroz crimen paguen las consecuencias, que Temis se muestre seria al menos una vez en su vida, que los condenados sufran el daño que hicieron y que sus conciencias jamás queden tranquilas. Pero también espero y deseo encarecidamente que los medios de comunicación dejen de jugar con los problemas de la gente, de vender víctimas a los espectadores, de subrayar lo correcto y tachar los errores, de explotar, en definitiva, lágrimas negras. España será maleducada y tendrá los índices de alfabetización más bajos de Europa pero, por favor, basta ya de mentiras y manipulación, que somos gente noble.

sábado, 28 de mayo de 2011

Pero lo queremos todo


Ocurrió un domingo soleado junto a la fuente de Madre Tierra, sobre el asfalto seco de la capital, entre semáforos y señales prohibidas. Era 15 de mayo en Madrid pero no había muchas ganas de fiesta.

Por primera vez en muchos años Isidro no acudió a las Vistillas a comer vino y atiborrarse de tortilla, ni bailó el chotis que tanto le gusta. Esta vez sumó sus fuerzas a la causa y acudió a la plaza de Cibeles con su chaleco de cuadros, su boina calada y su clavel floreciente. Contagiado por la revolución se plantó en la calle Alcalá dispuesto a defender unas ideas latentes en el corazón de muchos.
                                                   
No estuvo solo Isidro. Miles de personas tomaron las calles de forma pacífica. Escribieron con letras del tesoro los mandamientos de una sociedad agonizante. Pancartas rezándole a la crisis. Cánticos contra una monarquía de postín. Banderas de otra época y pegatinas que escribían el futuro. 

Allí estaban todos. Niños, jóvenes y adultos. Trabajadores, becarios y desempleados. Almas nobles de corazón verdadero, demagogos ignorantes y hasta iletrados casticistas. Azules, morados, rojos, muy rojos e incluso amarillos abarrotaron las calles de toda España para exigir un cambio.

La iniciativa surgió hace ya tres meses de la misma forma que, según cuenta la leyenda occidental, se idearon las revueltas en los países africanos. A través de la redes sociales el colectivo Democracia real Ya consiguió aglutinar a personas de diferente ideología en torno a una única premisa: denunciar la corrupción política y hacer público nuestro descuerdo e inconformismo con un sistema fascista al que revierten de democracia y otras falacias.



Su grito no fue en vano, aunque desgraciadamente resonó demasiado lejos. Diferentes agrupaciones y asociaciones de diversa índole política escucharon los cantos de sirena y acudieron al envite. Attac, COP 57, Juventudes sin futuro también participaron en el movimiento social.

No se les veía pero algo se olía. Según avanzaba la marcha un tufo a política contaminaba el ambiente. Disfrazados con sus palestinas y sus barbas recortadas se apuntaron a la manifestación con el objetivo de conseguir rascar algún voto de cara a las elecciones autonómicas. ¡Cuánto más difícil es combatir la estupidez de algunos que la corrupción del gobierno!

El speaker de la tarde, confundido por el fervor popular, se abandonó a su suerte y se le escapó por el micrófono una petición absurda, un guante que espero y deseo nadie cogiera. Pidió deliberadamente el voto de los asistentes para cualquier agrupación política que no sea ni el PP ni el PSOE. Será que no es oro todo lo que reluce. 


Ingenuo de mí creí que la revolución era romántica, que surgía del corazón, que se movía por el sentimiento y que mataba por sus ideas. ¡Qué equivocado estaba! El levantamiento del 15 de mayo es reformista, no transgresor. Parchea el sistema, no lo rompe. Nada cambia entonces; mismos perros, similares collares, todos iguales.


Los “reform” que iniciaron el movimiento tienen los mismos intereses políticos que Rubalcaba en los años ochenta. Les mueve la codicia interior, su afán por alcanzar el trono, la avaricia. Pero ya les conocemos. Sabemos quienes son y a qué se dedican. Moran por los patios traseros del poder madrileño. Chapucean entre los turbios lodos de la corrupción como pez en el agua. Se fumaron la libertad social en los trasteros de una tabacalera abandonada. Son tiburones sociales capaces de  devorar, de un solo bocado, los sueños del pueblo.

Nadie sabe que deparará el futuro. Rumores oscuros, sombras violentas, fe y voluntad. España ha hablado, harta de tanta indignación. Los buitres políticos que esconden sus alas tras los movimientos sociales sobrevuelan ansiosos el kilómetro cero, ese mismo lugar en el que mucho tiempo atrás los comuneros comenzaron las revueltas contra Carlos I. La naturaleza es cíclica, la historia se repite y el destino no es más que un círculo vicioso sin salidas de emergencia.

miércoles, 25 de mayo de 2011

Perro apaleado

Ni en sus mejores tiempos amistaba con los flashes. Tampoco se casó nunca con la fama, aunque dicen que es dado al buen vino y a las mujeres. Ha vivido siempre entre bambalinas, escondido tras las sombras de sus negocios, tapado. Lo suyo ha sido la política encubierta, el business underground de los modernos. Es un titiritero que maneja a su antojo los hilos de su partido político. Una cabeza engominada sobre un traje de Armani embaucando a sus compañeros, cazando gaviotas azules. Es de esa clase de personas por la que a veces siento vergüenza de la especie humana. Carroña.
Desconocido por el gran público, esconde sus cartas bajo el tapete. Sus apariciones en público han sido siempre escasas, puntuales. Es un hombre aislado por las obligaciones de su trabajo.  Recluido en su castillo de oro, jugando al monopoly, viendo el Padrino en 3D y ordenando que le llamen Don Vito.
Antes de saltar a la fama acudió a la boda de la hija de Aznar, en el Monasterio de El Escorial, donde se tomó la única instantánea pública disponible hasta la fecha. Fue fotografiado atravesando sediciosamente el patio de los Evangelistas, con el pelo rizado, la barba recortada y una mirada desafiante. Junto a él, una mujer eslava, mártir de la corrupción, beata del lujo y la codicia. Al fondo de la imagen unas rejas barruntaban lo que vendría después.
Francisco Correa es el último mito de la aznaridad, el enésimo oligarca corrupto que vende su alma al diablo y su oficio a la política para así llenar sus arcas. Sus trajes, como los de Francisco Camps, no tienen bolsillos. Su alma no tiene conocidos. Nadie se atreve a confesar su inocencia. Nadie le salva, a pesar de los regalos que invirtió en purificarse.
Sin estudios ni oficio ni benefició, empezó trabajando de botones en un hotel cercano a Príncipe Pío cuando contaba trece oscuras primaveras. Ahí comprendió su vocación, se le iluminó el áurea y decidió hacer negocio con el ocio ajeno. 
En 1996 su vida dio un vuelco radical. Tras el fracaso de FCS, su primera empresa, decidió instaurar Special Time, mediante la que organizaba actos políticos del Partido Popular. Servía copas, mostraba orgulloso su sonrisa clínicamente dentada, ofrecía canapés y limpiaba bigotes.  No tenía despacho pero conocía los misterios de la noche, dominaba el arte de la seducción, a la que unía un pico de oro y el soporte de su mujer, o mejor dicho, de su suegro, el constructor Emilio Rodríguez Bugallo. La ascensión hacia el dorado resultaba cuestión de tiempo. Era un hombre querido por las altas instancias de un partido que, por aquel entonces, ocupaba plácidamente la Moncloa. 
Sus ansias de poder, su vanidad, su soberbia y su poca humanidad eran tan del agrado del presidente de gobierno que pronto comenzó a ascender peldaños en dirección a una caída para la que todavía faltaban varios años. Con el nuevo siglo, fue ganando amistades, instaurando un círculo vicioso del que todos querían formar parte.  Y así alcanzó la cúspide de la calle Génova. En 1999 el matrimonio de convivencia entre Francisco Correa y José María Aznar era la comidilla en la corte de los populares, la unión ya era real, un hecho.
Sin embargo, la verdad salió a la luz y todos comprobamos in situ que su castillo no era de oro, sino de arena y por esa razón se deshizo con los primeros deshielos de 2009. Comenzó a salir su foto en los periódicos, su nombre sonaba  a todas horas en las emisoras de radio, su imagen de soldado derrotado abría los informativos nacionales. Pobre Paquito. Tú que tanto repudiabas esa mala vida; tú que habías sido tan listo, tan pulcro, tan cuidadoso con los detalles y la miseria humana; tú que eras inalcanzable para los mortales, de repente te veías en lo más bajo, apaleado, lejos de tu chalet en Sotogrande
Y ahora que estás con los huesos en la cárcel, pasando frío y sorbiendo la sopa boba ves como tus amigos te dan la espalda. Seguro que echas de menos las pieles de Ritá barberá, la laca de Esperanza Aguirre, e incluso las sesiones de spinnin con tu amigo Ansar. Pero, por encima de todo, seguro que añoras la condición de libertad, esa misma que robaste a tantos españoles y por la que ahora te consumirás en la sombra dos años más. ¡Pero qué bien estás entre rejas!

jueves, 19 de mayo de 2011

Nubes negras

Todo nace de una mente diabólica capaz de engendrar un mal endémico que pervierta la obnubilada mente de la sociedad. Conjeturas de los medios de comunicación, testimonios falsificados, personas sufriendo en las puertas de embarque, políticos capaces de engañar a sus votantes; todo vale con tal de mantener el poder. Zapatero es el príncipe, pero de Maquiavelo y los controladores aéreos, los títeres que ocultan el problema, la cortina de humo que impide que surja la verdad a la luz.

Han pasado más de cinco meses desde que se produjera la polémica huelga de los controladores aéreos y, de momento, nadie se atreve a contar la verdad de los hechos. Todo es confusión, crispación y un odio generalizado hacia un gremio, el de los controladores, que es víctima de la mala gestión del gobierno.
La gente se lleva las manos a la cabeza, escandalizada al ver como un empleado que gana hasta 200.000 euros al año, se niega a trabajar. No hay derecho pensarán algunos, pero sí lo hay y razones de peso que justifican su conducta. El caso gürtel es un juego de niños comparado con el conflicto de los controladores.
La compañía AENA ofrecerá un nefasto servicio de atención al cliente, quizás cuestiones el graduado escolar de la muchacha con chaleco y flequillo recortado que te observa atónita tras un mostrador de Barajas. Pero AENA es algo más, es mucho más.  Hasta la llegada del último gobierno a Moncloa, la empresa siempre había generado grandes beneficios, que le permitían costear la construcción de todos los aeropuertos. Vamos, que los españoles nunca hemos puesto un céntimo de nuestro bolsillo, ya que AENA se financia gracias a las ganancias provenientes de las compañías aéreas que sobrevuelan el territorio nacional.
Además, la red de aeropuertos nacionales es propiedad pública, lo que significa que es patrimonio de todos los españoles, o por lo menos así ha sido hasta la fecha. Y todos somos todos. No un ejecutivo amedrentado por la caótica situación, dispuesto ha deshacerse de una de las empresas estatales más solventes del siglo XXI; porque los socialistas han logrado crear, en pleno cielo español, un agujero negro por inversiones en infraestructuras de casi 13.000 millones de euros. Sin embargo, ellos miran hacia otro lado, señalan con el dedo al primero que pasa y esconden el rabo entre las piernas cuando confiesan que los intereses de esa deuda alcanzan ya los 800.000 euros diarios.
Como siempre, descubrieron demasiado tarde la nube negra. Esta vez sus amigos más íntimos no podían acudir al rescate. Del montante total de la deuda, una cuarta parte fue financiada por bancos extranjeros, mientras que las entidades españolas, para mantener su liquidez a flote, emitieron deuda y obligaciones en el mercado internacional. Era la llamada de los lobos, que devoraron al lince ibérico.
Las corporaciones estadunidenses y del Reino Unido olieron la sangre e iniciaron acciones para asumir la deuda de AENA. Sigilosamente se acercaron a la presa. Diseñaron “Planes de Actuación” y esbozaron una hoja de ruta para conseguir la gestión de los aeropuertos nacionales y evitar así el ridículo público de un embargo internacional que supondría el fin del actual gobierno. Y todo ello de manera legal, sin trampa ni cartón.
El plan para la privatización del sistema aeroportuario está en marcha, es imparable. La idea es que con el dinero de los contribuyentes (Todos los ciudadanos españoles) se gestione el control de los aeropuertos menores o, dicho de otro modo, no rentables. De momento, los inversores extranjeros se reservan la mayor parte del pastel, el paquete accionarial de los grandes aeropuertos rentables. En este epíteto, el gobierno esconde una carta a favor de los nacionalistas, quienes, a cambio de unos votos, recibirían el control de El Prat. De película, pero de terror.
Para capear el temporal y desviar la atención, el gobierno echa pestes en vez de sal gorda sobre las pistas de aterrizaje. Dispone a la opinión pública en contra de un colectivo que ha tenido los bemoles suficientes para plantarse ante las cámaras, anudarse la corbata y denunciar a unos políticos que pretenden tapar su agujero negro con recortes laborales. No hay derecho. Además de incompetentes, mentirosos.
Se presenta ante las cámaras como un salvador. El héroe que se enfrentó al enemigo y salvó al pueblo. Hay José, José, José, que no todos los días son fiesta, aunque para ti lo parezca. El ministro de Fomento se cuelga medallas y lazos florales mientras cuenta historias para no dormir. En el año 2009, allá por el mes de abril, el sindicato de los controladores ofreció a la comisión “negociadora” de AENA reducirse sus propias retribuciones en un 25 por ciento menos, algo que fue rechazado “por no considerarlo interesante”, tal y como consta en acta. ¿No era esa la cantidad que Superpepiño quería quitarles? Que cortitas son las piernas de la mentira. No has hecho nada por los españoles, nos has impuesto nada y no has defendido más que tus propios intereses, San José.
No sé en qué acabará todo este enredo, aunque imagino que perderán los mismos  y ganaran los de siempre. Los controladores seguirán aguantando el foco mediático bajo su cogote, mientras los políticos dan bandazos en su avioneta particular, virando el rumbo de la realidad. Los gigantes extranjeros se asentarán sobre el terreno, fumarán en pipa y mirarán al cielo. El techo azul que ahora vemos ya no será de los españoles. El apocalipsis aéreo ha llegado.

viernes, 25 de febrero de 2011

Un títere en el circo de la política

Cuenta la historia que Luis XIV es el padre del periodismo actual. El Rey Sol, enamorado como estaba de las gacetas provenientes de Italia, decidió financiar a una persona de su confianza para que recopilase información referente a los enemigos franceses. Fue la primera empresa periodística, el embrión que terminaría desarrollándose en el monstruo que conocemos hoy día, el veneno que infectaría a la sociedad.

Siglo y medio después Napoleón Bonaparte pulió el mecanismo informativo. Encontró la fórmula mágica, la alquimia del periodismo y transformó la realidad en ficción. Manipuló la verdad para controlar a una población que veía en esos panfletos llenos de tinta las tablas de los nuevos mandamientos.

Nunca en la historia el periodismo ha cumplido la función que tanto predican los iletrados y estadistas del gremio. El periodismo es el patito feo de la manada, el pecado de la evolución. Nació como  un sistema de control sobre la sociedad, que en aquella época descubría los estudios superiores. No tiene un origen pulcro, sino que fue obra de un monarca inculto. Creció como pudo. Jamás obtuvo el indulto, así que es normal que ahora hayamos caído todos los que nos dedicamos al libre arte de escribir en la banalidad del insulto.

Es el cuarto poder no porque sea capaz de agitar las conciencias de la sociedad, ni tan siquiera por la magnitud de sus palabras o la fuerza de sus imágenes. El periodismo es poderoso porque sus dueños son mentes malévolas que abusan de sus funciones, que violan una y otra vez los valores de una profesión que no es ni sombra de lo que apuntan los manuales. A sangre fría decapitaron el periodismo.

Todo lo que aparece publicado o emitido en algún medio de comunicación es la punta del iceberg, lo que nos quieren enseñar. La información es, a día de hoy, la quimera donde se bañan los necios, la piscina vacía, una isla sin tesoro.

Julian Assange se ha convertido en el periodista de moda, en el hombre más buscado y eso que no usa colonia. A sus 39 inviernos, el australiano se presenta al mundo como el villano anticapitalista, el héroe de la verdad. En 2006 fundó Wikileaks sin ánimo de lucro, cinco años más tardes lleva invertidos más de 500.000 euros en el proyecto. Será que en Australia el dinero crece en las conejeras.

Esta perla de la vida, esta joyita del pacífico es perseguido por la policía sueca, acusado de violar a Anna Ardin y a Sofía Wilen, a quienes supuestamente obligó a mantener relaciones sexuales sin usar preservativo. Que son muy machos al otro lado del planeta. 


Asimismo, también accedió en numerosas ocasiones y, de manera ilegal, a las computadoras de una compañía de comunicaciones y de la universidad de Australia para, según él, detectar errores de seguridad. La justicia no opinó los mismo y le declaró culpable de 24 delitos informáticos, por los que tuvo que pagar una sanción  de 2.100 dólares australianos. 

Pero Wikileaks le ha cambiado la vida. Desde un hotel mugriento en algún lugar de Estados Unidos, Assange se dio a conocer al gran público. Al estilo hollywoodiense anunció sus profecías y con las nuevas tecnologías trató de purificar su alma. La población se creyó a pies juntillas su vocación sin saber que el periodismo de investigación, simplemente, nunca ha exisitido.

Este hombre  ha cometido ahora otro delito, más grande si cabe que los anteriores. Con su disfraz de súper héroe publicó las migajas de pan que sobraban en el pentágono. Iluminó el planeta con su información y se coronó como el rey tuerto en un mundo de ciegos, mientras un joven analista del servicio de inteligencia estadounidense pagaba los platos rotos. Lo que vende es humo, hojas secas del parque. Los 250.000 documentos publicados en Wikileaks son las miserias de un ejecutivo yanqui, que trata de lavar su imagen a cambio de enterrar bajo mierda al antiguo gobierno. Esto es política y Julian Assange un títere más sin cabeza dentro de este maquiavélico juego. 

Pase que nos engañéis cada vez que publicáis algo. Admito que manipuléis la información y retoquéis las imágenes. Acepto incluso el secreto de sumario y el silencio sobre los asuntos serios de Estado, pero basta ya de crear mitos de cartón, que estamos bastante quemados.  

jueves, 24 de febrero de 2011

En busca de luz a orillas del mar Negro

A principios de septiembre de 1942 el mundo ardía en llamas, se consumía en campos de concentración y se ahogaba entre los escombros de una guerra maldita. El Viejo Continente era un escenario en ruinas, un tablero sin casillas donde la sociedad se lamía las heridas. La niebla que sobreviene a la batalla se asentaba en los prados franceses,  en la gélida estepa soviética, en los acantilados ingleses y hasta en la bahía de Pearl Harbor. Pero nunca llegó a las cálidas aguas de Yalita.



Quedaron a orillas del Mar Negro, en la paradisiaca isla de Yalta. Durante siete días estuvieron reunidos para trazar las nuevas directrices de un mundo devorado por las fauces del nazismo. Como casi todas las grandes decisiones de la historia, ésta también estuvo motivada por el miedo. Winston Churchill, Franklin D. Roosevelt, y Joseph Stalin establecieron las bases del actual sistema capitalista, ante el temor de otra contienda bélica que volase por los aires sus esperanzas de un nuevo orden mundial.

Aquel encuentro dirimió el futuro de la sociedad mundial. Jerarquizaron la elite, ascendieron un peldaño y ordenaron que nadie pudiera producir sin que ellos se beneficiasen del producto. Brindaron sus copas por un futuro que ya estaba muerto. Se escondieron entre bambalinas y distorsionaron la realidad. A partir de entonces, todos los seres humanos nos convertimos en esclavos sin dueños y nos pusieron los grilletes.

En dicha reunión nació Leviatán. Allí fuimos despojados de nuestra libertad como personas. Vendieron nuestra alma al diablo y nos dieron un cheque regalo en el que se leía felicidad y bienestar. Pusieron el cebo a la caña y picamos el anzuelo. Ya no había marcha atrás.

Durante varias décadas el sistema neoliberal, la famosa oferta y demanda, funcionó a las mil maravillas. El viaje que emprendía el planeta tierra era idílico. Todas las personas de la faz de la tierra tenían un cometido, una misión por realizar, una orden que cumplir y un mes de vacaciones. Evolucionaron las tecnologías, asumimos la fábula del humilde plebeyo que llega a ser príncipe. De repente el lujo estaba al alcance de cualquiera, el bienestar social era la manzana que todos mordíamos. Incluso surgieron instituciones y entidades privadas que ofrecían dinero a cambio de humo, ¿o era humo a cambio de dinero? El caso es que nos lo creímos todo, hasta la letra pequeña.
                                             
                                               
Diversas guerras y contiendas en la trastienda del planeta financiaron la globalización. La noria capitalista giraba en el sentido que los grandes magantes promovían. A épocas de bonanza le sucedían épocas de crisis. De manera inconsciente, nos convertimos en la sociedad más esclava del planeta. Aunque todavía exista algún iluminati que piense que tiene capacidad de elección cuando escoge entre Mcdonald’s o Burguer King. 
Y ahora, en estos tiempos de cadillacs sin frenos, la sociedad se tambalea, sus cimientos de arena se hunden en la fosa común del pasado. Pueblos enteros se sublevan contra sus despóticos gobernantes. Suenan vientos de cambio, campanas de transición en no sé muy bien donde. Nada más lejos de la realidad.  El sistema que vivimos está perfectamente tejido a nuestra cadena genética. Desde que nacemos todo está planificado. Da igual lo que hagas y no importa dónde te escondas, al final te darán caza, te chuparán la sangre hasta que desfallezcas y, una vez muerto, redactarán un epitafio en tu honor que ponga: nacido para morir. Ésta es nuestra historia.

Un día cualquiera en el país de la mentira


Ocurrió tras la caída del sol en una noche cerrada de febrero. El templo de la democracia, la casa del pueblo era tomada por unos setenta militares que no creían en la transición y desconfiaban de un gobierno que limitaba sus privilegios.  
Llegaron hasta la carrera de San Jerónimo montados en varios jeep, con los que atravesaron las desérticas calles madrileñas, sin madroños y con los osos hibernando en los jardines del Buen Retiro.
Serio, impertérrito y viviendo una época para la que no había nacido, el teniente coronel Antonio Tejero Molina participó en el Golpe. Licenciado en métodos de desestabilización de un gobierno, contaba con la experiencia de la fallida Operación Galaxia. Sin embargo, no fue el único que trató de derrocar el nuevo régimen que se cernía sobre España. El general Alfonso Armada, el capitán general Jaime Milans del Bosch, o el teniente general José Gabeiras Montero también tomaron parte en el intento.
Recluido en su fortín de La Zarzuela, nervioso por los derroteros que tomaban los acontecimientos y muy asustado ante posibles represalias del pueblo, Juan Carlos I es visto por los miopes ojos de la historia como el salvador del país, el auténtico héroe del 23-F.
Nuestro monarca, aunque Borbón, también es Rey y máxima autoridad de las fuerzas armadas, por lo que algo debía saber sobre el nefasto golpe de Estado. Además, recuperó el trono perdido por obra y gracia de un caudillo que, a falta de mejores sustitutos, confío los designios de un país anclado en el pasado al hijo del Alfonso XIII.
Personalmente, nunca he simpatizado con las fuerzas del orden nacional. Reconozco que me repudian esos bigotes rectos y esos tricornios carbonizados, sin ideas que proteger. Aún así, debo admitir que el ejército militar es, con diferencia, la institución más recta de cuantas existen en este país. Es un ejemplo de orden, de disciplina y sobriedad, pero sobre todo, de respeto en la escala de mandos. En la milicia nadie desobedece a un superior, nadie se atreve a cruzar la línea.
Aunque lo dudo muy mucho, es posible que algún alto cargo del ejército, nostálgico de tiempos pasados no muy lejanos, se negase a informar a su majestad de lo que se estaba cociendo en el cuartel de El Pardo y en diversos puntos de la geografía ibérica. Repito, es posible, pero yo no me lo creo.
No digo que fuese él quien planificara el golpe, ni tan siquiera considero que de esa cabecita hueca pueda surgir alguna idea, buena o mala. A pesar de ello, su condición de primer militar del Estado delata que sabía más de lo que decía sobre los planteamientos previos al levantamiento. Además, todos los participantes en el Golpe esperaban órdenes para actuar. Tejero no estaba dispuesto a apretar el gatillo de su fúsil  hasta que no recibiera las instrucciones pertinentes de un superior, pero ¿quién era ese ser superior? ¿A qué aguardaban los setenta militares congregados en el Congreso? ¿Quién debía dar la orden?
El 23 de febrero de 1981 Juan Carlos firmó el albarán que le asentaría en el trono, el contrato de su vida, el braguetazo sin necesidad de bajarse la cremallera. 30 años después dice vivir mejor que antes. Gracias evolución. Lo que no sé es si hubiera vivido mejor “permitiendo” el famoso cuartelazo. Y dicen que ya lo sabemos todo…

martes, 22 de febrero de 2011

Un dictador con piel de libertario


Llegó al mundo un nefasto 7 de junio de 1942. Abrió los ojos en un campamento beduino próximo al puerto libio de Sirte. Gadafi era solo un niño cuando vio con sus propios ojos la caída del imperio de Mussolini. La guerra de la independencia arruinó al país, dejando a su paso un territorio desértico, olvidado del mundo y plagado de minas anti persona.

La infancia de Gadafi fue complicada, mojaba la cama. Estigmatizado por la guerra, fue despreciado por sus compañeros de clase que no aceptaban su condición de beduino. De joven, ingresó en la academia militar, se empapó del sentimiento anticolonialista que unía a la sociedad libia y escogió como modelos de una vida bélica al Che Guevara y al presidente egipcio Gamal Abdel Nasser.  Había descubierto las tapas de un libro llamado revolución, pero sus ansias de venganza nunca le permitieron abrirlo.

A los 27 años participó en el golpe de Estado contra la monarquía del momento. Era un simple capitán del Cuerpo de Señales, uno más entre la milicia. Un dictador disfrazado de libertario. Sin embargo, sus compañeros decidieron colocarle en la picota. Con mano de hierro y sonrisa de Barbie alcanzó el poder.

Será que todos los tontos tienen suerte o que estuvo en el lugar indicado a la hora concreta; lo cierto es que por aquellos días, en Libia, acababan de descubrirse gigantescas reservas de un petróleo excelente, lo que facilitó que Gadafi estableciera un régimen basado en los servicios sociales gratuitos. De la noche a la mañana Libia se convirtió en uno de los países africanos con mayor nivel educativo y esperanza de vida.

Como buen animal, Gadafi aprendía por imitación, lo que le llevó a emular al comunista Mao, publicando los tres tomos del Libro Verde, en el que exponía los principios teóricos de Jamahiriya, un sistema asambleario definido como la “democracia perfecta”.  Pero el pueblo nunca ostentó el poder. Mucho ruido y ninguna nuez. 

Es difícil añorar o desear aquello que no se conoce, que no se ha sentido, o que no se ha oído. Es imposible pretender algo cuya existencia se ignora, por lo que es completamente lógico que el pueblo libio no exigiese una auténtica democracia y libertad social, ya que nunca antes lo habían vivido. Aguantaron con lo que les ofrecían, ni tan siquiera les daba para soñar con un mundo mejor.

Desde su trono dominó con tiranía el anegado terreno libio, expandió su poder invadiendo Chad, financió el terrorismo acogiendo a cualquier grupo guerrillero o terrorista que solicitase dinero, respaldó a los dictadores más sangrientos del África poscolonial, e incluso tuvo tiempo para perpetrar varios atentados terroristas, como la destrucción de dos aviones de pasajeros o una discoteca de Berlín.

Acorralado entre el odiado imperialismo estadounidense y el peligroso integrismo islámico, asumió sus pecados y se erigió como el “líder fraternal” de la revolución libia. Un ángel negro caído del cielo. Un impostor en terreno infértil, que se ganó el respeto de los poderosos y la admiración de los miserables.

Tras el bombardeo que soportó en 1986, donde falleció su hija adoptiva de cuatro años, decidió reconciliarse con el diablo. Pagó indemnizaciones por el daño causado, ofreció contratos petrolíferos a buen precio, renunció a combatir el neocolonialismo y se sumó a la "guerra contra el terrorismo" de George W. Bush. Lo que fuese por mantener el cetro.

Hace ya casi tres años, acudió a la cumbre del G-8 invitado por el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, con quien siempre ha mantenido estrechas relaciones, fundamentadas en negocios petrolíferos. Sin embargo, el desembarco de China en África planteó nuevas posibilidades al presidente libio, que vio con buenos ojos hacer negocios con la que está llamada a ser la nueva potencia mundial. Su acercamiento a la política de Oriente provocó los celos de Estados Unidos. Ya no eran amigos, ya no quedaban para tomar café, ya no se querían...

Muamar Gadafi es un dictador que alcanzó el poder ayudado por el tío Sam para finalizar con el régimen del Rey Idris, que se negó a participar en la Guerra de los Seis Días. Sam y Gadafi intensificaron sus relaciones. Como buen matrimonio pasaron por momentos buenos y malos. Se amaron en la riqueza y en la pobreza. Planificaron conjuntamente actos terroristas por su aniversario. Era un idilio precioso hasta que llegaron los chinos y tío Sam se enfadó. Es entonces cuando Libia despertó de su letargo para vivir una cruel pesadilla. La de su dictador, ese al que colocaron los mismos que ahora pretenden derribarle.

lunes, 21 de febrero de 2011

Noche sin luna en Marruecos

Mientras Occidente se reinventa a sí mismo y resurge de las cenizas de una recesión económica que aún registra los últimos coletazos, Oriente sufre su propia crisis, clama a favor de las libertades sociales y llora junto al cadáver de los inocentes, convertidos en mártires de una causa justa, en santos de la revolución. Túnez, Egipto, Libia, Jordán, Siria, Yemén, Barhéin y, ahora, Marruecos, aunque su situación es bien distinta.
Mohamed VI alcanzó el poder en 1999, tras la muerte de su padre, prometiendo el oro y el  moro a sus súbditos. Quería que su nación fuese un paraíso turístico para los visitantes, un edén sensorial bañado por las bravas aguas del Atlántico y tostado al sol en la fina arena del mediterráneo. Implantó las primeras reformas, lavó la cara de las ciudades y quitó las telarañas a las mezquitas. Incluso tiene en mente trasladar la capital de Rabat a Fez.

En un primer momento, la población acogió con agrado estas reformas. Alabó a la recién instaurada monarquía, que emanaba  aires de modernidad y transición.  Sin embargo, no sabían que todo era humo, arena en el desierto. La población marroquí desconocía el as en la manga que tenía guardado el nuevo monarca.

Mohamed VI emprendió una particular cruzada contra el cultivo de marihuana en la zona norte del país. La nueva política de actuación, en la que se presuponía que Marruecos llegaría a ser en cuestión de años el paradigma vacacional por excelencia, incluía un plan para aniquilar todas las plantaciones. Había que lavar la imagen de la nación y, para ello, envenenó centenares de hectáreas, exterminando a su vez a millares de especies animales que habitaban en las colinas del Rif. Desde unos helicópteros estatales se descargaban toneladas de pesticidas. A través del cielo llegó la crisis a la tierra.

Para que se hagan una idea un trabajador del sur o la mitad de Marruecos gana al año 2.000 o 3.000 euros, como mucho; mientras que un traficante del norte del país obtiene unos beneficios de 15.000 euros por curso. La diferencia es cuantiosa y muy apetecible. Sí, ya sé que todos pensamos igual. Y más aún en un país donde la media de la población sobrevive con menos de cuatro euros diarios. ¿Cómo no iban a sufrir en sus propias carnes la temida crisis, si perdieron, de golpe y porrazo, hasta casi tres cuartos de su beneficio?

No seré yo quien discuta sobre la moralidad de los traficantes y tampoco romperé una lanza a favor de la marihuana, a la que nunca he podido llamar droga a la cara. Ni tan siquiera cuestionaré los valores islámicos, tan atentos siempre del pecado. Lo único que denunciaré será la falta de previsión de un ejecutivo al que parece importarle más bien poco que su país se muera de hambre, que regrese al trueque para poder subsistir y que venda la infancia de los niños para beneficiarse de la lástima occidental. Ya no hay dignidad ni respeto, sólo abuso de poder.  

Marruecos es, a día de hoy, un cayuco a la deriva, una patera donde naufragan 32 millones de personas, a causa de la mala gestión del fotogénico Mohamed VI. El pueblo pasa hambre mientras planta semillas en una tierra infértil. La sociedad marroquí sufre su crisis personal, cada vez más viciada por la religión, el gobierno y las instituciones internacionales sedientas de sangre.  Ya sólo les quedan sus sueños de madrugada y los vientos de los mares que anuncian el cambio.