miércoles, 25 de mayo de 2011

Perro apaleado

Ni en sus mejores tiempos amistaba con los flashes. Tampoco se casó nunca con la fama, aunque dicen que es dado al buen vino y a las mujeres. Ha vivido siempre entre bambalinas, escondido tras las sombras de sus negocios, tapado. Lo suyo ha sido la política encubierta, el business underground de los modernos. Es un titiritero que maneja a su antojo los hilos de su partido político. Una cabeza engominada sobre un traje de Armani embaucando a sus compañeros, cazando gaviotas azules. Es de esa clase de personas por la que a veces siento vergüenza de la especie humana. Carroña.
Desconocido por el gran público, esconde sus cartas bajo el tapete. Sus apariciones en público han sido siempre escasas, puntuales. Es un hombre aislado por las obligaciones de su trabajo.  Recluido en su castillo de oro, jugando al monopoly, viendo el Padrino en 3D y ordenando que le llamen Don Vito.
Antes de saltar a la fama acudió a la boda de la hija de Aznar, en el Monasterio de El Escorial, donde se tomó la única instantánea pública disponible hasta la fecha. Fue fotografiado atravesando sediciosamente el patio de los Evangelistas, con el pelo rizado, la barba recortada y una mirada desafiante. Junto a él, una mujer eslava, mártir de la corrupción, beata del lujo y la codicia. Al fondo de la imagen unas rejas barruntaban lo que vendría después.
Francisco Correa es el último mito de la aznaridad, el enésimo oligarca corrupto que vende su alma al diablo y su oficio a la política para así llenar sus arcas. Sus trajes, como los de Francisco Camps, no tienen bolsillos. Su alma no tiene conocidos. Nadie se atreve a confesar su inocencia. Nadie le salva, a pesar de los regalos que invirtió en purificarse.
Sin estudios ni oficio ni benefició, empezó trabajando de botones en un hotel cercano a Príncipe Pío cuando contaba trece oscuras primaveras. Ahí comprendió su vocación, se le iluminó el áurea y decidió hacer negocio con el ocio ajeno. 
En 1996 su vida dio un vuelco radical. Tras el fracaso de FCS, su primera empresa, decidió instaurar Special Time, mediante la que organizaba actos políticos del Partido Popular. Servía copas, mostraba orgulloso su sonrisa clínicamente dentada, ofrecía canapés y limpiaba bigotes.  No tenía despacho pero conocía los misterios de la noche, dominaba el arte de la seducción, a la que unía un pico de oro y el soporte de su mujer, o mejor dicho, de su suegro, el constructor Emilio Rodríguez Bugallo. La ascensión hacia el dorado resultaba cuestión de tiempo. Era un hombre querido por las altas instancias de un partido que, por aquel entonces, ocupaba plácidamente la Moncloa. 
Sus ansias de poder, su vanidad, su soberbia y su poca humanidad eran tan del agrado del presidente de gobierno que pronto comenzó a ascender peldaños en dirección a una caída para la que todavía faltaban varios años. Con el nuevo siglo, fue ganando amistades, instaurando un círculo vicioso del que todos querían formar parte.  Y así alcanzó la cúspide de la calle Génova. En 1999 el matrimonio de convivencia entre Francisco Correa y José María Aznar era la comidilla en la corte de los populares, la unión ya era real, un hecho.
Sin embargo, la verdad salió a la luz y todos comprobamos in situ que su castillo no era de oro, sino de arena y por esa razón se deshizo con los primeros deshielos de 2009. Comenzó a salir su foto en los periódicos, su nombre sonaba  a todas horas en las emisoras de radio, su imagen de soldado derrotado abría los informativos nacionales. Pobre Paquito. Tú que tanto repudiabas esa mala vida; tú que habías sido tan listo, tan pulcro, tan cuidadoso con los detalles y la miseria humana; tú que eras inalcanzable para los mortales, de repente te veías en lo más bajo, apaleado, lejos de tu chalet en Sotogrande
Y ahora que estás con los huesos en la cárcel, pasando frío y sorbiendo la sopa boba ves como tus amigos te dan la espalda. Seguro que echas de menos las pieles de Ritá barberá, la laca de Esperanza Aguirre, e incluso las sesiones de spinnin con tu amigo Ansar. Pero, por encima de todo, seguro que añoras la condición de libertad, esa misma que robaste a tantos españoles y por la que ahora te consumirás en la sombra dos años más. ¡Pero qué bien estás entre rejas!

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