martes, 22 de febrero de 2011

Un dictador con piel de libertario


Llegó al mundo un nefasto 7 de junio de 1942. Abrió los ojos en un campamento beduino próximo al puerto libio de Sirte. Gadafi era solo un niño cuando vio con sus propios ojos la caída del imperio de Mussolini. La guerra de la independencia arruinó al país, dejando a su paso un territorio desértico, olvidado del mundo y plagado de minas anti persona.

La infancia de Gadafi fue complicada, mojaba la cama. Estigmatizado por la guerra, fue despreciado por sus compañeros de clase que no aceptaban su condición de beduino. De joven, ingresó en la academia militar, se empapó del sentimiento anticolonialista que unía a la sociedad libia y escogió como modelos de una vida bélica al Che Guevara y al presidente egipcio Gamal Abdel Nasser.  Había descubierto las tapas de un libro llamado revolución, pero sus ansias de venganza nunca le permitieron abrirlo.

A los 27 años participó en el golpe de Estado contra la monarquía del momento. Era un simple capitán del Cuerpo de Señales, uno más entre la milicia. Un dictador disfrazado de libertario. Sin embargo, sus compañeros decidieron colocarle en la picota. Con mano de hierro y sonrisa de Barbie alcanzó el poder.

Será que todos los tontos tienen suerte o que estuvo en el lugar indicado a la hora concreta; lo cierto es que por aquellos días, en Libia, acababan de descubrirse gigantescas reservas de un petróleo excelente, lo que facilitó que Gadafi estableciera un régimen basado en los servicios sociales gratuitos. De la noche a la mañana Libia se convirtió en uno de los países africanos con mayor nivel educativo y esperanza de vida.

Como buen animal, Gadafi aprendía por imitación, lo que le llevó a emular al comunista Mao, publicando los tres tomos del Libro Verde, en el que exponía los principios teóricos de Jamahiriya, un sistema asambleario definido como la “democracia perfecta”.  Pero el pueblo nunca ostentó el poder. Mucho ruido y ninguna nuez. 

Es difícil añorar o desear aquello que no se conoce, que no se ha sentido, o que no se ha oído. Es imposible pretender algo cuya existencia se ignora, por lo que es completamente lógico que el pueblo libio no exigiese una auténtica democracia y libertad social, ya que nunca antes lo habían vivido. Aguantaron con lo que les ofrecían, ni tan siquiera les daba para soñar con un mundo mejor.

Desde su trono dominó con tiranía el anegado terreno libio, expandió su poder invadiendo Chad, financió el terrorismo acogiendo a cualquier grupo guerrillero o terrorista que solicitase dinero, respaldó a los dictadores más sangrientos del África poscolonial, e incluso tuvo tiempo para perpetrar varios atentados terroristas, como la destrucción de dos aviones de pasajeros o una discoteca de Berlín.

Acorralado entre el odiado imperialismo estadounidense y el peligroso integrismo islámico, asumió sus pecados y se erigió como el “líder fraternal” de la revolución libia. Un ángel negro caído del cielo. Un impostor en terreno infértil, que se ganó el respeto de los poderosos y la admiración de los miserables.

Tras el bombardeo que soportó en 1986, donde falleció su hija adoptiva de cuatro años, decidió reconciliarse con el diablo. Pagó indemnizaciones por el daño causado, ofreció contratos petrolíferos a buen precio, renunció a combatir el neocolonialismo y se sumó a la "guerra contra el terrorismo" de George W. Bush. Lo que fuese por mantener el cetro.

Hace ya casi tres años, acudió a la cumbre del G-8 invitado por el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, con quien siempre ha mantenido estrechas relaciones, fundamentadas en negocios petrolíferos. Sin embargo, el desembarco de China en África planteó nuevas posibilidades al presidente libio, que vio con buenos ojos hacer negocios con la que está llamada a ser la nueva potencia mundial. Su acercamiento a la política de Oriente provocó los celos de Estados Unidos. Ya no eran amigos, ya no quedaban para tomar café, ya no se querían...

Muamar Gadafi es un dictador que alcanzó el poder ayudado por el tío Sam para finalizar con el régimen del Rey Idris, que se negó a participar en la Guerra de los Seis Días. Sam y Gadafi intensificaron sus relaciones. Como buen matrimonio pasaron por momentos buenos y malos. Se amaron en la riqueza y en la pobreza. Planificaron conjuntamente actos terroristas por su aniversario. Era un idilio precioso hasta que llegaron los chinos y tío Sam se enfadó. Es entonces cuando Libia despertó de su letargo para vivir una cruel pesadilla. La de su dictador, ese al que colocaron los mismos que ahora pretenden derribarle.

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