jueves, 24 de febrero de 2011

En busca de luz a orillas del mar Negro

A principios de septiembre de 1942 el mundo ardía en llamas, se consumía en campos de concentración y se ahogaba entre los escombros de una guerra maldita. El Viejo Continente era un escenario en ruinas, un tablero sin casillas donde la sociedad se lamía las heridas. La niebla que sobreviene a la batalla se asentaba en los prados franceses,  en la gélida estepa soviética, en los acantilados ingleses y hasta en la bahía de Pearl Harbor. Pero nunca llegó a las cálidas aguas de Yalita.



Quedaron a orillas del Mar Negro, en la paradisiaca isla de Yalta. Durante siete días estuvieron reunidos para trazar las nuevas directrices de un mundo devorado por las fauces del nazismo. Como casi todas las grandes decisiones de la historia, ésta también estuvo motivada por el miedo. Winston Churchill, Franklin D. Roosevelt, y Joseph Stalin establecieron las bases del actual sistema capitalista, ante el temor de otra contienda bélica que volase por los aires sus esperanzas de un nuevo orden mundial.

Aquel encuentro dirimió el futuro de la sociedad mundial. Jerarquizaron la elite, ascendieron un peldaño y ordenaron que nadie pudiera producir sin que ellos se beneficiasen del producto. Brindaron sus copas por un futuro que ya estaba muerto. Se escondieron entre bambalinas y distorsionaron la realidad. A partir de entonces, todos los seres humanos nos convertimos en esclavos sin dueños y nos pusieron los grilletes.

En dicha reunión nació Leviatán. Allí fuimos despojados de nuestra libertad como personas. Vendieron nuestra alma al diablo y nos dieron un cheque regalo en el que se leía felicidad y bienestar. Pusieron el cebo a la caña y picamos el anzuelo. Ya no había marcha atrás.

Durante varias décadas el sistema neoliberal, la famosa oferta y demanda, funcionó a las mil maravillas. El viaje que emprendía el planeta tierra era idílico. Todas las personas de la faz de la tierra tenían un cometido, una misión por realizar, una orden que cumplir y un mes de vacaciones. Evolucionaron las tecnologías, asumimos la fábula del humilde plebeyo que llega a ser príncipe. De repente el lujo estaba al alcance de cualquiera, el bienestar social era la manzana que todos mordíamos. Incluso surgieron instituciones y entidades privadas que ofrecían dinero a cambio de humo, ¿o era humo a cambio de dinero? El caso es que nos lo creímos todo, hasta la letra pequeña.
                                             
                                               
Diversas guerras y contiendas en la trastienda del planeta financiaron la globalización. La noria capitalista giraba en el sentido que los grandes magantes promovían. A épocas de bonanza le sucedían épocas de crisis. De manera inconsciente, nos convertimos en la sociedad más esclava del planeta. Aunque todavía exista algún iluminati que piense que tiene capacidad de elección cuando escoge entre Mcdonald’s o Burguer King. 
Y ahora, en estos tiempos de cadillacs sin frenos, la sociedad se tambalea, sus cimientos de arena se hunden en la fosa común del pasado. Pueblos enteros se sublevan contra sus despóticos gobernantes. Suenan vientos de cambio, campanas de transición en no sé muy bien donde. Nada más lejos de la realidad.  El sistema que vivimos está perfectamente tejido a nuestra cadena genética. Desde que nacemos todo está planificado. Da igual lo que hagas y no importa dónde te escondas, al final te darán caza, te chuparán la sangre hasta que desfallezcas y, una vez muerto, redactarán un epitafio en tu honor que ponga: nacido para morir. Ésta es nuestra historia.

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